San Agustín (354-430)
Obispo de Hipona (África del Norte) y Doctor de la Iglesia
Sermón Mai, 98, 1, 2
Nuestro Señor Jesucristo ha subido hoy al cielo; ¡Que nuestros corazones se eleven al cielo junto con él! Escuchemos lo que nos dice el apóstol Pablo: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad lo de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Col 3,1).
Así como Jesús ascendió sin, sin embargo, separarse de nosotros, así también nosotros ya vivimos con él arriba, aunque lo que se nos ha prometido aún no se haya realizado en nuestra carne. Él ya está elevado sobre los cielos y sin embargo sufre en la tierra todas las penas que sentimos nosotros, sus miembros. De esto dio testimonio cuando gritó desde lo alto: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch 9,4), y de nuevo: “Tuve hambre y me disteis de comer” (Mt 25,35). ¿Por qué no colaborar con él en esta tierra de tal manera que, por la fe, la esperanza y la caridad que nos unen a él, encontremos desde ahora el descanso con él en el cielo?
El que está allí también está aquí con nosotros; y nosotros que estamos aquí, también estamos allí con él. Él puede hacer todo esto por medio de su divinidad, poder y amor; y nosotros, si no podemos como él hacerlo por la divinidad, podemos hacerlo en él por el amor. Él no dejó el cielo cuando descendió a nosotros y no nos ha dejado cuando subió al cielo. Que permanecería con nosotros aun en lo alto, lo prometió antes de su Ascensión cuando dijo: “He aquí que estoy con nosotros”. vosotros siempre, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
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