Santa Teresa de Ávila (1515-1582)
Carmelita, Doctora de la Iglesia
Exclamación 16 (©Instituto de Estudios Carmelitas)
¡Oh Dios verdadero y Señor mío! Es un gran consuelo para el alma cansada por la soledad de estar separada de vosotros, ver que estáis en todas partes. Pero cuando aumentan la vehemencia del amor y los grandes impulsos de este dolor, no hay remedio, Dios mío.
Porque el intelecto está perturbado y la razón está tan impedida de conocer la verdad de Tu omnipresencia que no puede comprender ni conocer. Sólo sabe que está separada de Ti y no acepta ningún remedio. Porque el corazón que ama mucho no recibe consejo ni consuelo sino del mismo que lo hirió, porque de él espera curar su dolor.
Cuando Tú lo deseas, Señor, curas rápidamente la herida que has causado; antes de esto no hay esperanza de curación ni de gozo, excepto el gozo de un sufrimiento que vale la pena.
¡Oh verdadero Amante, con cuánta compasión, con cuánta dulzura, con cuánto deleite, con cuánto favor y con qué extraordinarios signos de amor curas estas heridas, que con los dardos de este mismo amor has causado! ¡Oh Dios mío y descanso mío de todos los dolores, qué extasiado estoy! ¿Cómo podría haber medios humanos para curar lo que el fuego divino ha enfermado? ¿Quién sabe hasta qué punto es profunda esta herida, ni cómo se produjo, ni cómo se puede mitigar un tormento tan doloroso y deleitable?.
¡Qué razón tiene la Esposa del Cantar cuando dice: “Mi amado es para mí, y yo para él” (Cant 2,16) porque es imposible que un amor como este comience con algo tan humilde como es mi amor. Y, sin embargo, si es humilde, Esposa mía, ¿cómo es que no lo es tanto al elevarse de la criatura a su Creador?
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