Cardenal Joseph Ratzinger [Papa Benedicto XVI]
Sermones de Cuaresma 1981
El momento que la Biblia llama “el principio” nos señala a Aquel que tuvo el poder de crear lo que es y de decir: “¡Hágase…!” y fue (Gen 1,1-3)... Aquella frase “¡Hágase..!” no trajo a la existencia un caos sin sentido.
Cuanto más comprendemos el universo, más descubrimos en él una racionalidad cuyos caminos, interpenetrados por el pensamiento, nos asombran. A través de ellos volvemos a encontrar ese Espíritu creador al que también nosotros debemos nuestra razón.
Albert Einstein escribió que las leyes de la naturaleza: “Manifiestan una razón tan superior que toda otra racionalidad del pensamiento humano parecerá, en comparación, ser un reflejo absolutamente insignificante de ella”.
Observamos que el infinitamente grande universo de las estrellas está regido por el poder de la Razón [Logos]. Pero aprendemos aún más sobre esto desde lo infinitamente pequeño, la célula, los elementos fundamentales de los seres vivos.
También allí descubrimos una racionalidad que nos asombra, de modo que tenemos que decir con San Buenaventura: “Quien no puede ver esto, es ciego. Cualquiera que no pueda oírlo es sordo. Y el que no se pone a orar y a alabar al Espíritu Creador a estas alturas, es tonto”.
A través de la racionalidad de la creación, Dios mismo se enfrenta a nosotros. La física, la biología, todas las ciencias en general, nos han ofrecido un relato de la creación nueva e inaudita.
Imágenes tan nuevas y maravillosas nos ayudan a conocer el rostro del Creador. Nos recuerdan, sí, que en el principio y en la profundidad de cada ser está el Espíritu Creador.
El mundo no ha surgido de la oscuridad y del absurdo. Resuena inteligencia, libertad, la belleza que es el amor. Ver todo esto nos da el coraje que hace posible vivir y nos hace capaces de asumir con confianza sobre nuestros hombros la aventura de la vida.
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