Pedro el Venerable (1092-1156)
Abad de Cluny
Sermón 1 de la Transfiguración
"Su rostro resplandecía como el sol" (Mt 17, 2). Cubierto por la nube de la carne, hoy ha resplandecido la luz que ilumina a todo hombre (Jn 1, 9). Hoy da gloria a esta misma carne, mostrando su glorificación a los apóstoles para que los apóstoles la dieran a conocer al mundo.
En cuanto a ti, oh bendita Ciudad, gozarás eternamente de la contemplación de este Sol cuando "bajes del cielo, preparada por Dios como una esposa ataviada para su esposo" (Ap 21, 2). Nunca más este Sol se pondrá sobre ti; permaneciendo siempre él mismo, hará brillar una aurora eterna. Nunca más este Sol estará velado por nubes sino que, brillando eternamente, te dará la alegría de una luz que nunca se pone. Nunca más este Sol cegará tus ojos: te dará la fuerza para mirarlo, cautivándote con su gloria divina.
“Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor” (Ap 21, 4) capaces de oscurecer el esplendor que Dios te ha dado, porque, como se le dijo a Juan: “El viejo orden ha pasado”.
Este es el Sol del que habla el profeta: “No tendrás ya al sol como luz del día, ni te iluminará el resplandor de la luna, sino tendrás al Señor como luz eterna y a tu Dios como tu gala.” (Is 60, 19). Esta es la luz eterna que brilla para ti en el rostro del Señor.
Escuchas la voz del Señor, contemplas su rostro radiante y te vuelves como el sol. Porque se reconoce a una persona por su rostro y reconocerla es lo mismo que ser iluminado por ella. Aquí abajo crees en la fe; allí verás. Aquí captas algo con la mente; allí serás captado a ti mismo. Aquí ves “como en un espejo”; allí veréis «cara a cara» (1Cor 13, 12).
Entonces se cumplirá el deseo del profeta: «Haga resplandecer su rostro sobre nosotros» (Sal 67[66],2). Estaréis alegres sin fin en esa luz; caminaréis en esa luz sin cansaros. En esa luz veréis la luz eterna.
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