San Columbano (563-615)
monje, fundador de monasterios
Instrucción 13, 1-2 ; PL 80, 254
Mis queridos hermanos, si vuestra alma tiene sed de la fuente divina de la que acabo de hablar, estimulad esta sed, no la apaguéis. Bebe pero no te conformes. Porque la fuente viva nos llama y la fuente de la vida nos dice: “El que tenga sed, venga a mí y beba” (Jn 7,37).
Mirad de dónde brota este manantial: viene del lugar de donde descendió el Pan, porque el Pan y el manantial son uno: el Hijo único, Dios nuestro, Jesucristo, el Señor, de quien siempre debemos tener sed. Incluso si lo comemos y lo devoramos en nuestro amor, nuestro anhelo todavía nos da sed de él. Como el agua de un manantial, bébelo continuamente con gran amor, bébelo con avidez y deléitate con la dulzura de su sabor.
Porque el Señor es bondadoso, el Señor es bueno. Ya sea que lo comamos o lo bebamos, siempre tendremos hambre y sed de él, porque él es un alimento y una bebida absolutamente inagotable. En verdad, él es el pozo de los resecos, no de los saciados. Invita a los sedientos, a los que llama bienaventurados (Mt 5,6): aquellos que nunca tienen suficiente para beber pero cuya sed es siempre mayor que la que han bebido.
Hermanos, desead « la fuente de la sabiduría, la Palabra de Dios en las alturas», buscadla, amadla. Como dice San Pablo: “Todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col 2,3) están escondidos en él… Si tienes sed, bebe de la fuente de la vida; si tenéis hambre, comed el Pan de vida.
¡Felices los que tienen hambre de este Pan y sed de este pozo!... ¡Qué bueno es aquello que podemos estar saboreando siempre sin dejar de desearlo! El rey David, el profeta, dice: “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 33[34],9).
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