San Juan Casiano (hacia 360-435)
fundador de monasterios
Conferencias, n. 10,7 ; PL 49, 827 (©Antiguos escritores cristianos, n. 57)
Nuestro Salvador oró a su Padre en nombre de sus discípulos: "Que el amor con que me has amado esté en ellos y ellos en nosotros". Y también: "Que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros". Entonces, aquel amor perfecto de Dios, con el que «nos amó primero» (1 Jn 4,10), habrá pasado a la disposición de nuestro corazón al cumplirse esta oración del Señor...
Esto será así cuando todo amor, todo deseo, todo esfuerzo, toda empresa, todo pensamiento nuestro, todo lo que vivimos, lo que hablamos, lo que respiramos, sea Dios, y cuando aquella unidad que el Padre tiene ahora con el Hijo y que el Hijo tiene con el Padre se traslade a nuestro entendimiento y a nuestra mente, de modo que, así como él nos ama con un amor sincero, puro e indisoluble, también nosotros estemos unidos a él con un amor perpetuo e inseparable y tan unidos a él que todo lo que respiramos, todo lo que entendemos, todo lo que hablamos, sea Dios.
En él alcanzaremos, digo, aquel fin... que el Señor anheló que se cumpliera en nosotros cuando oró: «Que todos sean uno como nosotros somos uno, yo en ellos y tú en mí, para que ellos también sean perfeccionados en la unidad». Y otra vez: «Padre, quiero que los que me has dado, donde yo estoy, también estén conmigo».
«Éste es, pues, el fin del solitario y éste debe ser todo su propósito: merecer poseer en este cuerpo la imagen de la futura bienaventuranza y, por así decirlo, comenzar a gustar la prenda de aquella celestial vida y gloria...
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