San Pedro Crisólogo (c.406-450)
Obispo de Rávena, Doctor de la Iglesia
Sermón 108; PL 52, 499
“Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a ofrecer vuestros cuerpos en sacrificio vivo” (Rom 12,1). Con esta súplica el apóstol Pablo eleva a todos los hombres a la participación en el sacerdocio. No busquemos fuera de nosotros mismos algo que ofrecer a Dios, sino que traigamos con nosotros y dentro de nosotros algo para sacrificar a Dios para nuestro propio beneficio. Vosotros por las misericordias de Dios.” Hermanos, este sacrificio es a imagen de Cristo, el que entregó su vida aquí abajo y la ofreció por la vida del mundo. De hecho, hizo un sacrificio vivo de su cuerpo que aún vive después de ser asesinado. En tan grande sacrificio la muerte fue destruida, eliminada. Por lo tanto, los mártires nacen en el momento de su muerte y comienzan a vivir cuando su vida termina; viven cuando los matan y brillan en el cielo cuando la gente en la tierra piensa que han sido extinguidos.
El profeta cantó: “No pediste sacrificio ni oblación, sino un cuerpo que me has preparado” (Sal 39[40],7). Conviértete tanto en el sacrificio que se ofrece como en el que se lo ofrece a Dios. No pierdas lo que el poder de Dios te ha concedido. Pónganse el manto de la santidad. Toma el cinturón de castidad. Que Cristo sea el velo sobre vuestra cabeza; la cruz el pectoral que os da la perseverancia. Conservad en vuestro corazón el sacramento de la Sagrada Escritura. Que tu oración arda constantemente como una dulce fragancia para Dios. Empuñad “la espada del Espíritu” (Ef 6,17); que tu corazón sea el altar donde, sin miedo, puedas ofrecer todo tu ser, toda tu vida.
Ofrece tu fe para reparar la incredulidad; ofrece tu ayuno para poner fin a la voracidad; ofrece tu castidad para que muera la sensualidad; sé ferviente para que cese el mal; ejercita la misericordia para acabar con la avaricia; y para reprimir la necedad, ofrece tu santidad. Así tu vida se convertirá en tu ofrenda si no ha sido herida por el pecado. Vuestro cuerpo vive, sí, vive, cada vez que, matando en vosotros el mal, ofrecéis a Dios virtudes vivas.
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