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«No penséis que he venido a abolir la ley o los profetas. No he venido para abolir sino para cumplir»



#maronitas

San Agustín (354-430)

Obispo de Hipona (Norte de África) y Doctor de la Iglesia

Sobre el espíritu y la letra.


La gracia, que antiguamente estaba, por así decirlo, velada en el Antiguo Testamento, ha sido plenamente revelada en el Evangelio de Cristo por una disposición armoniosa de los tiempos, así como Dios suele disponer de todo con armonía. Pero dentro de esta maravillosa armonía notamos una gran diferencia entre las dos edades. En el Sinaí el pueblo no se atrevía a acercarse al lugar donde el Señor daba su Ley; en el Cenáculo, el Espíritu Santo desciende sobre todos los allí reunidos en espera del cumplimiento de la promesa (Ex 19,23; Hch 2,1). En el primer caso, el dedo de Dios grabó las leyes en tablas de piedra; pero ahora es en los corazones humanos donde lo escribe (Ex 31,18; 2Cor 3,3).


Antiguamente la Ley fue escrita sin y traía temor a los pecadores; pero ahora les ha sido dado por dentro para hacerlos justos.

En efecto, como dice el apóstol Pablo, todo lo escrito en las tablas de piedra, «no cometerás adulterio, no matarás…, no codiciarás, y cuantos otros mandamientos haya, se resumen en este dicho: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; por tanto, el amor es el cumplimiento de la Ley» (Rm 13,9s.; Lv 19,18).


Esta caridad ha sido «derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5).

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