“Les oímos hablar en nuestra propia lengua de las maravillas de Dios” (Hechos 2,11)

Cardenal Ratzinger [Papa Benedicto XVI]

retiro vaticano 1983

El día de Pentecostés nos revela la catolicidad y universalidad de la Iglesia. El Espíritu Santo da a conocer su presencia por el don de lenguas. Así renueva, invirtiendo, el incidente de Babel (Gn 11), esa expresión exterior del orgullo de aquellos que quieren ser como Dios y que, con sus propias fuerzas, es decir, sin Dios, construyen un puente al cielo, la torre de Babel. Ese orgullo suscita divisiones en el mundo y levanta muros de separación. Por orgullo, el hombre reconoce sólo su propia inteligencia, su propia voluntad, su propio corazón. Como resultado, ya no puede entender el habla de los demás ni escuchar la voz de Dios.

El Espíritu Santo, amor divino, comprende y efectúa la comprensión de otras lenguas. Crea unidad en la diversidad. Así, la Iglesia habla todos los idiomas desde sus primeros comienzos. Desde el principio es católica y universal. El puente entre el cielo y la tierra existe verdaderamente: este puente es la cruz y el amor de nuestro Señor ha creado este puente. La construcción de este puente excede la capacidad de la tecnología: el objetivo de Babel debe fallar y falla. Sólo el amor de Dios encarnado podría responder a tal fin...

La Iglesia es católica desde el primer momento de su existencia; ella abraza todas las lenguas. La señal de las lenguas expresa un aspecto muy importante de una eclesiología fiel a la Escritura: la Iglesia universal precede a toda iglesia particular; la unidad precede a las diferentes partes. La Iglesia universal no consiste en una fusión secundaria de iglesias locales. Es una Iglesia que es universal y católica la que da lugar a iglesias particulares y estas últimas sólo pueden seguir siendo iglesias mientras estén en comunión con la catolicidad. Además, la catolicidad exige la multiplicidad de las lenguas, la puesta en común y la armonización de las riquezas de la humanidad en el amor del Crucificado.