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La Virgen María, «imagen de la Iglesia futura... que guía y sostiene la esperanza de tu pueblo» (Prefacio)


San Juan Damasceno (c.675-749)

monje, teólogo, Doctor de la Iglesia

Sermón I sobre la Dormición



Oh Madre de Dios, siempre virgen, tu santa salida de este mundo es en verdad un camino y una entrada en la morada de Dios. Dejando este mundo material, entras en «una patria mejor» (Hb 11, 16) donde las potencias celestiales te saludan con cánticos sagrados y alabanzas gozosas, diciendo: «¿Quién es esta purísima criatura que se levanta, resplandeciente como la aurora, hermosa como la luna, radiante como el sol?» (Ct 8, 5; 6, 10). “El rey te ha introducido en sus aposentos” (Ct 1, 4) y los ángeles ensalzan a aquella que, según el designio de Dios, es su verdadera madre, por naturaleza y gracia, de su mismo Señor.


Los apóstoles llevaron tu cuerpo inmaculado, verdadera Arca de la Alianza, y lo depositaron en su santo sepulcro. Y allí, como cruzando otro Jordán, llegaste a la verdadera Tierra de promisión, podría decir incluso a la “Jerusalén de arriba”, madre de los creyentes (Gal 4, 26), de la que Dios es arquitecto y constructor. Tu alma ciertamente “no descendió al infierno, ni tu carne misma ha experimentado la corrupción” (Sal 15[16],10; Hch 2, 31). Tu cuerpo puro e inmaculado no fue dejado en la tierra, sino que tú, Reina, Soberana, Señora, Madre de Dios, verdadera portadora de Dios, has sido elevada a las moradas del Reino celestial.


Nos acercamos a ti, oh nuestra Reina, Madre de Dios y Virgen, en este día; volvemos nuestras almas hacia la esperanza que representas para nosotros. Deseamos honrarte con “salmos, himnos y cánticos espirituales” (Ef 5, 19). Al honrar así al siervo expresamos nuestra dedicación a nuestro Señor común. Pon tu mirada en nosotros, oh Reina, madre de nuestro bondadoso Soberano; guíanos hacia el tranquilo puerto de la buena voluntad de Dios.

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