San Pablo VI
Papa de 1963 a 1978
Audiencia General del 04/09/1975
Prestemos atención al saludo inesperado, repetido tres veces por Jesús resucitado cuando se apareció a sus discípulos, reunidos y encerrados en el cenáculo «por miedo a los judíos» (Jn 20,19). En aquella época este saludo debió ser habitual pero, dadas las circunstancias en las que se pronunció, adquiere una plenitud extraordinaria.
Como recordarás, este saludo es: “¡La paz esté con vosotros!” Era un saludo que había resonado en el canto angelical de Navidad: “¡Paz en la tierra!” (Lc 2,14). Este saludo bíblico, que ya había sido efectivamente proclamado como promesa del reino mesiánico (Jn 14,27), se transmite ahora como una realidad que se encarna en este primer núcleo de la Iglesia emergente. Es la paz de un Cristo triunfante sobre la muerte, con sus causas cercanas o lejanas, con sus efectos asombrosos.
Así, Jesús resucitado anuncia y establece la paz en las almas desorientadas de sus discípulos. Es la paz del Señor, escuchada en todo su significado original, personal, interior, moral y psicológico, y que es inseparable de la felicidad –la que San Pablo cuenta entre los frutos del Espíritu después de la caridad y la alegría, un poco consolidados con ellos (Gal 5,22). La unión de estos tres frutos no está lejos de nuestra experiencia espiritual común. Es la mejor respuesta a nuestra pregunta sobre el estado de nuestra conciencia, cuando podemos decir: mi conciencia está en paz. ¿Qué es más precioso para el hombre de honor reflexivo?
La paz de conciencia es la forma más auténtica de felicidad. Nos ayuda a ser fuertes en la adversidad; defiende la nobleza y la libertad de la persona, incluso en las situaciones más extremas; sigue siendo nuestra cuerda de salvamento, es decir nuestra esperanza cuando la desesperación se impone. Este don incomparable de la paz interior es el primer don del Resucitado: él instituyó inmediatamente el sacramento capaz de conceder esta paz, sacramento del perdón, ese perdón que nos resucita (Jn 20, 23).
Commentaires