San Gregorio Magno (c.540-604)
Papa, Doctor de la Iglesia
Presentación sobre los siete Salmos penitenciales
Clamemos con David; Oímosle llorar y derramemos lágrimas con él. Veamos cómo resucita y alegrémonos con él: “Ten piedad de mí, oh Dios, en tu bondad”. (Sal 51, 3)
Pongamos ante los ojos de nuestra alma a un hombre gravemente herido, casi a punto de exhalar su último aliento, y que yace desnudo en el polvo. En su deseo de ver llegar a un médico, gime y ruega a la persona que comprende su condición que tenga piedad. Ahora bien, el pecado es una herida para el alma. Tú que eres este herido, aprende que tu médico está dentro de ti y muéstrale las heridas de tus pecados. Que aquel a quien se conoce cada pensamiento secreto escuche el gemido de tu corazón. Que tus lágrimas lo conmuevan, y si tienes que buscarlo con alguna insistencia, que le suban profundos suspiros desde el fondo de tu corazón. Que tu dolor llegue a él y que también a ti te digan, como a David: “El Señor… ha perdonado tu pecado”. (2 Sam 12,13).
“Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad”. Las personas que menosprecian su culpa porque no conocen esta gran ternura, sólo atraen hacia sí un poco de ternura. En cuanto a mí, caí muy lejos, pequé con pleno conocimiento. Pero tú, doctor todopoderoso, corrige a los que te desprecian; enseñas a los que no conocen su falta y perdonas a los que te la confiesan.
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