Homilía atribuida a Eusebio de Alejandría (finales del siglo V)
Sermones dominicales
Es evidente que la semana se compone de siete días: Dios nos ha dado seis para trabajar y uno para orar, descansar y liberarnos de nuestros pecados.
Os voy a exponer las razones por las que se nos ha transmitido la tradición de guardar el domingo y abstenernos de trabajar. Cuando el Señor confió el sacramento a sus discípulos: «Tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomad, comed: éste es mi cuerpo partido por vosotros para el perdón de los pecados”. Del mismo modo les dio el cáliz, diciendo: “Bebed de él todos: ésta es mi sangre, sangre de la nueva alianza, derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados”. Haced esto en memoria mía» (Mt 26,26s; 1Cor 11, 24).
Así pues, el día santo del domingo es aquel en el que hacemos memoria del Señor. Por eso se le llama «día del Señor». Y es como el señor de los días. En efecto, antes de la Pasión del Señor, no se le llamaba «día del Señor», sino «primer día». En este día el Señor puso el fundamento de la Resurrección, es decir, realizó la obra de la creación; en este día dio al mundo las primicias de la resurrección; en este día, como hemos dicho, ordenó la celebración de los santos misterios. Así, este día se ha convertido para nosotros en el inicio de toda gracia: inicio de la creación del mundo, inicio de la resurrección, inicio de la semana. Este día, que encierra en sí tres inicios, prefigura el primado de la Santísima Trinidad.
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