San Agustín (354-430)
Obispo de Hipona (África del Norte) y Doctor de la Iglesia
Sobre la santa virginidad
Quienes se entregan completamente al Señor no deben preocuparse de que, conservando su virginidad como María, no puedan llegar a ser madres en la carne. El que es fruto de una sola Virgen santa, es gloria y honor de todos otras santas vírgenes ya que, como María, son madres de Cristo en tanto hacen la voluntad de su Padre. La gloria y la alegría de María por ser madre de Cristo brotaron sobre todo en las palabras del Señor: «El que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre». De esta manera señala la paternidad espiritual que lo une al pueblo que ha redimido. Sus hermanos y hermanas son los hombres y mujeres santos que son herederos junto con él de su herencia celestial (Rm 8,17).
Su madre es toda la Iglesia, ya que es ella quien, por la gracia de Dios, da a luz a los miembros de Cristo, es decir, a los que le son fieles. Además, su madre es toda alma santa que hace la voluntad del Padre y cuya fecunda caridad se manifiesta en aquellos a quienes ella le da a luz, «hasta que haya sido formado en ellos» (cf Gal 4,19).
De entre todas las mujeres María es la única que es al mismo tiempo virgen y madre, no sólo en espíritu sino también en su cuerpo. Según el espíritu, es madre de los miembros de Cristo, es decir, de nosotros mismos, porque con su caridad cooperó a hacer crecer en la Iglesia a los fieles que son miembros de este líder divino, nuestra cabeza (Ef 4,15-16) cuya madre según la carne es ella verdaderamente. Porque fue necesario que nuestro líder naciera según la carne de una virgen para enseñarnos que sus miembros han de nacer según el espíritu de otra virgen, la Iglesia. Por lo tanto, María es la única mujer que es madre y virgen al mismo tiempo en espíritu y cuerpo. Pero toda la Iglesia es también espiritualmente madre de Cristo y virgen de Cristo en los santos que han de heredar el Reino de Dios.
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