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El pecado contra el Espíritu Santo


San Juan Pablo II

Papa de 1978 a 2005

Encíclica « Dominum et vivificantem »


¿Por qué la blasfemia contra el Espíritu Santo es imperdonable? ¿Cómo hay que entender esta blasfemia? Santo Tomás de Aquino responde que se trata de un pecado «imperdonable por su naturaleza misma, en cuanto excluye los elementos por los que se realiza el perdón del pecado». Según esta exégesis, la «blasfemia» no consiste propiamente en ofender al Espíritu Santo con palabras, sino en el rechazo a aceptar la salvación que Dios nos ofrece por medio del Espíritu Santo, actuando mediante el poder de la cruz.


Si el hombre rechaza la «convicción en lo que respecta al pecado» que viene del Espíritu Santo (Jn 16, 8) y que tiene el poder de salvar, rechaza también la «venida» del Paráclito (Jn 16, 7), esa «venida» que se realizó en el misterio pascual, en unión con el poder redentor de la sangre de Cristo: la sangre que «purifica la conciencia de las obras muertas» (Hb 9, 15).


Sabemos que el resultado de tal purificación es el perdón de los pecados. Por tanto, quien rechaza el Espíritu y la sangre (cf. 1Jn 5, 8) permanece en las «obras muertas», en el pecado. Y la blasfemia contra el Espíritu Santo consiste precisamente en el rechazo radical de aceptar este perdón, del que él es donador íntimo y que presupone la conversión auténtica que él realiza en la conciencia.


Si Jesús dice que la blasfemia contra el Espíritu Santo no puede ser perdonada ni en esta vida ni en la otra, es porque este «no perdón» está ligado, en cuanto a su causa, a la «falta de arrepentimiento», es decir, al rechazo radical de convertirse.


La blasfemia contra el Espíritu Santo es, pues, el pecado cometido por quien pretende tener «derecho» a persistir en el mal -en cualquier pecado- y que rechaza así la Redención. Se encierra en el pecado, haciendo así imposible la conversión y, en consecuencia, la remisión de los pecados que no se consideran esenciales o importantes para la propia vida. Se trata de un estado de ruina espiritual, porque la blasfemia contra el Espíritu Santo no permite escapar de la prisión que uno mismo se ha impuesto.

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