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«El pan de la vida eterna»


Baldwin de Ford (?-c.1190)

Abad cisterciense, luego obispo

El Sacramento del altar, PL 204, 690


«Jesús dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre y el que en mí cree, nunca tendrá sed»… De esta manera describe dos veces la eterna saciedad cuando ya nada le faltará.


Sin embargo, la Sabiduría dice: «Quien come de mí todavía tendrá hambre, quien bebe de mí tendrá más sed» (Ecle 24,21). Cristo, que es la Sabiduría de Dios, no se come para satisfacer nuestro deseo en el momento presente sino para hacernos anhelar esa satisfacción. Y cuanto más saboreamos su dulzura, más se estimula nuestro deseo por ella.


Por eso quienes lo comen todavía tienen hambre hasta que llegue la satisfacción. Pero cuando su deseo haya sido satisfecho, ya no tendrán ni hambre ni sed.


«Los que comen de mí todavía tendrán hambre.» Este dicho también se puede entender del mundo venidero ya que en la satisfacción eterna hay como una especie de hambre que proviene, no de la necesidad sino de la felicidad. Allí la satisfacción no conoce la saciedad, el deseo no conoce el gemido.

Cristo, siempre maravilloso en su belleza, es también siempre deseable: “aquel a quien los ángeles anhelan ver” (1P 1,12). Y así, aun poseyéndolo, lo deseamos; Incluso abrazándolo, lo buscamos, como está escrito: “Buscad con atención su rostro” (Sal 104,4). En efecto, siempre se busca a quien se ama para ser poseído para siempre.

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