San Bernardo (1091-1153)
Monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Sermones sobre el Cantar de los Cantares, n.º 83 (©Clásicos de la espiritualidad occidental)
Sólo en el amor, de todos los movimientos del alma y de los sentidos y afectos, puede la criatura responder al Creador, si no con un igual, al menos con una devolución igual de don por don, el amor del Esposo, o más bien el Esposo que es Amor, sólo pide el compromiso del amor y de la fe. Deja que el amado ame a cambio. ¿Cómo puede no amar la Esposa, la Esposa del Amor misma? ¿Cómo es posible que el Amor no sea amado? Así, renunciando justamente a todos los demás deseos, se entrega por completo al Amor, pues es respondiendo al Amor como puede corresponder al Amor.
Porque aunque ella se desborde completamente de amor, ¿qué es eso en comparación con el flujo inagotable de amor de su manantial? El amor no brota en igual medida de quien ama y se Ama a sí mismo, el alma y el Verbo, la Esposa y el Esposo, la criatura y el Creador, como tampoco el hombre sediento es como una fuente. El deseo de la que añora, el ardor de la que ama, la confianza de la que confía, porque no puede correr paso a paso con un gigante (Sal 19[18],6), rivaliza en dulzura con la miel, en suavidad con el cordero, en blancura con el lirio, en brillo con el sol, o igualar en su amor a aquel que es Amor? No. Porque aunque la criatura ame menos porque es menor, sin embargo, si ama con todo el corazón, nada falta donde todo está dado.
Este amor no es otra cosa que el amor santo y casto, el amor dulce y tierno, el amor tan tranquilo como verdadero, el amor mutuo, cercano, profundo, que no está en una sola carne sino que une a dos en un solo espíritu, haciendo que dos ya no sean dos, sino uno.
Como dice Pablo: “El que está unido a Dios, es un solo espíritu con él” (1Cor 6,17).
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