Por: Rita Karam de maronitas.org
La amistad es una ciudad cuya clave es la lealtad, y cuyos habitantes son leales, es un árbol cuyas semillas son la lealtad, cuyas ramas son la esperanza y cuyas hojas la felicidad. Es el pozo en el que arrojas todos tus secretos sin dudarlo, es el espejo que refleja tu imagen sin tapar tus distorsiones y defectos, es la pesca preciosa que no todos logran atrapar, y si lo hacen, puede ser que no tengan la habilidad suficiente para preservarlo.
Es una palabra pequeña y sencilla, pero es profunda y grande. Con un amigo hay un sinfín de historias, historias que los amigos guardan en la memoria de los años. Hay risas largas y llantos amargos. Hay muchos secretos en él, incluso si las paredes tuvieran oídos, no habrían logrado escuchar a escondidas. En él: amor y sociedad, entrega y sacrificio, lealtad y consuelo, riña y concordia... En él se reúnen todos los sentimientos humanos para resumir un lenguaje que sólo entienden quienes tuvieron un amigo que lo llamó "íntimo".
¿Cuántas lágrimas has compartido con un amigo? ¿Cuántas veces te ha dado consejos y aligerado el peso de tus preocupaciones, con solo escucharte? ¿Cuántos diálogos no terminaron antes de la madrugada porque su contenido era urgente? El amigo es el primer y último refugio en la alegría y en el dolor. Conoce cada “primicia” de tu vida, y da testimonio de todo lo que le ha sucedido desde entonces: tus días oscuros y claros, te comprende con una mirada o un gesto, te acepta y te quiere tal como eres, él conoce la canción de tu corazón, no la olvida, percibe todas sus notas, y si tú la olvidas está listo para recordártelo, ni siquiera tocarla para ti. En definitiva, él es tú y tú eres él, sin importar cuán largas o cortas sean las distancias.
Sin embargo, muchos de sus pasos tropezaron, perdieron a sus amigos, y la confianza en el otro murió a raíz de algún problema, por lo que enterraron la amistad lejos de ellos porque una herida provocada por un malentendido no quiere cerrarse, por lo que esa flor se marchita y no vuelve el agua para regarla o desarrollarla, y esa tierra se vuelve dura e impropia para nuevos cultivos.
Pero solo uno es capaz de volver a encarrilar las cosas, él es "Dios" el amigo fiel que no te abandona por muy equivocado que estés. Si llamas a su puerta, te la abre de par en par y te recibe en todos tus estados físicos y emocionales, te escucha y acepta tus culpas y enfados porque te ama más que a nada, te escucha con absoluta calma t
us largas conversaciones y sus aburridos detalles. Y en tu arrebato de ira lo ves como el único que calma la tempestad de tu corazón.
Te sigue como tu sombra sin que te des cuenta, en casa como en el trabajo y en los lugares de juego, donde quiera que vayas, él está contigo. Él tiene la respuesta a cada pregunta, así que lo que la tierra no te responde, el cielo llueve abundantemente sobre ti, porque allí tienes un “amigo” que comprende tu necesidad y sabe hacerte feliz.
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