San Máximo de Turín (?-c.420)
obispo
Homilía 58, para la Pascua
¡Qué regalo tan grande y maravilloso nos ha dado Dios, hermanos míos! En este, día de Pascua, día de salvación, el Señor resucita y da resurrección al mundo. Nosotros somos su cuerpo (1Cor 12, 27), y sus miembros resucitarán con él; nos hace resucitar de la muerte a la vida. En hebreo la palabra “pascua” significa pasar por encima: ¡y qué pasar! Del pecado a la justicia, del vicio a la virtud, de la edad a la infancia. Ayer, la decadencia de los pecados nos puso en decadencia, pero la resurrección de Cristo nos hace renacer en la inocencia recién nacida.
La sencillez cristiana hace suya la infancia. Los niños no tienen rencor, ignoran el engaño y no se atreven a atacar. Así que este niño en que se ha convertido el cristiano no se enfurece si alguien lo insulta, no resiste si le quitan algo, no devuelve los golpes si alguien lo golpea. Nuestro Señor incluso nos exige orar por nuestros enemigos, entregar nuestra túnica y manto a quien quiera robarla, poner la otra mejilla a quien la golpee (Mt 5, 39).
La infancia de Cristo supera la infancia de los hombres...
A los apóstoles, que ya eran hombres maduros y adultos, el Señor dijo: “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18, 3). Los devuelve al origen de sus vidas, los anima a redescubrir su infancia, para que estos hombres, cuyo vigor está decayendo, puedan renacer a la inocencia del corazón.
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