Guigo II el Cartujo (?-1188)
antes de la Grande Chartreuse
Meditación 10
El pan del alma es Cristo, “el pan vivo bajado del cielo” (Jn 6,51) que da alimento a los suyos, por la fe aquí y por la visión en el mundo venidero. Porque Cristo habita en vosotros por la fe y la fe en Cristo es Cristo en vuestro corazón (Ef 3,17). La medida de tu fe en Cristo es la medida de tu posesión de él.
Verdaderamente Cristo es un solo pan, porque hay “un Señor, una sola fe” (Ef 4,5) para todos los creyentes, aunque unos reciban más, otros menos del don de esa misma fe. Así como la verdad es una, una sola fe en que sólo la verdad guía y nutre a todos los fieles y “un mismo Espíritu distribuye sus dones como quiere” (1Cor 12,11).
Y así todos vivimos del mismo pan, recibiendo cada uno su parte, y sin embargo Cristo está enteramente allí para todos nosotros, excepto para aquellos que rompen nuestra unidad. En este don que he recibido, poseo a Cristo en su totalidad y Cristo en su totalidad me posee así como el miembro perteneciente a todo el cuerpo posee igualmente al cuerpo en su totalidad. Y así esta porción de fe que has recibido como tu parte es como el bocado de pan en tu boca. Pero a menos que medites con devoción a menudo sobre lo que crees, a menos que lo mastiques, por así decirlo, moviéndolo y dándole vueltas con los dientes, es decir, con tus sentidos espirituales, nunca entrará en tu garganta, en otras palabras, no llegará tan lejos como lo entiendas. Porque, en efecto, ¿cómo podrías comprender algo sobre lo que reflexionas rara vez y sin cuidado, especialmente cuando se trata de algo sutil e invisible?. Así que, por medio de la meditación, deja que “la Ley del Señor esté siempre en tus labios” (
Ex 13,9) para que nazca en vosotros un sano entendimiento. A través de un buen entendimiento pasa a vuestro corazón el alimento espiritual para que no descuidéis lo que habéis entendido sino que lo reflexionéis amorosamente.
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