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"¡Cuántas veces anhelé reunir a tus hijos!"


maronitas

Juliana de Norwich (1342-después de 1416)

Reclusa

Revelaciones del amor divino, cap. 31 (trad. Clifton Wolters)



Así se saciará la sed espiritual de Cristo. Ésta es su sed: su amor y anhelo por nosotros que continúa hasta que veamos el Día del Juicio. Porque de nosotros que vamos a ser salvos y ser la alegría y la dicha de Cristo, algunos están vivos ahora, mientras que otros aún no han nacido; y así continuará hasta ese Día. Su sed y su amoroso anhelo es tenernos a todos, integrados en él, para su gran gozo. Al menos, así lo veo yo.


Porque él es Dios, es la "bienaventuranza suprema", y nunca ha sido ni será otra cosa. Su bienaventuranza eterna no puede ser aumentada ni disminuida. Porque es hombre -esto también lo saben el credo y las revelaciones-, se demostró que él, aunque era Dios, sufrió dolor, pasión y muerte, por amor a nosotros y para llevarnos a la bienaventuranza. Puesto que Cristo es nuestra Cabeza, debe ser glorioso e impasible. Pero puesto que también es el Cuerpo en el que están unidos todos sus miembros (Ef 1, 23), todavía no es plenamente ni lo uno ni lo otro. Por lo tanto, el mismo deseo y sed que tuvo en la cruz (Jn 19, 28) -y este deseo, anhelo y sed estaban con él desde el principio, me imagino- lo tiene todavía, y seguirá teniéndolo hasta que la última alma que se salve haya llegado a su bienaventuranza.


Pues así como en Dios hay la cualidad de simpatía y piedad, también en él hay la de sed y anhelo. Y en virtud de este anhelo que está en Cristo, nosotros a su vez lo anhelamos también a él. Ninguna alma llega al cielo sin él. Esta cualidad de anhelo y sed brota de la eterna bondad de Dios, lo mismo que la piedad; y esta sed persistirá en Él mientras estemos necesitados, llevándonos a su bienaventuranza.

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