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"Bienaventurados los que no vieron y creyeron"


#maronitas
La incredulidad de santo Tomás (Caravaggio)

San Agustín (354-430)

Obispo de Hipona (África del Norte) y Doctor de la Iglesia

Sermón 88


La debilidad de los discípulos era tan inestable que, no contentos con ver al Señor resucitado, todavía querían tocarlo si habían de creer en él. No era suficiente que lo vieran con los ojos, querían llevar sus manos a sus extremidades y tocar las marcas de sus heridas recientes. Fue después de haber tocado y reconocido sus cicatrices que el discípulo incrédulo gritó: “¡Señor mío y Dios mío!” Esas cicatrices revelaron al que, en lo que respecta a otras personas, curó todas las heridas. ¿No podría haber resucitado el Señor sin cicatrices? Sin embargo, vio dentro de los corazones de sus discípulos las heridas que esas cicatrices que había conservado en su cuerpo sanarían.


¿Y qué responde el Señor a esa confesión de fe de su discípulo, que dice: “Señor mío y Dios mío”? “¿Has llegado a creer porque me has visto? Bienaventurados los que no vieron y creyeron.” ¿De quién habla, amigos míos, sino de nosotros? Y no sólo de nosotros, sino también de aquellos que nos seguirán. Porque poco tiempo después, cuando desapareció de la vista de los mortales para fortalecer la fe en el corazón, todos los que se hicieron creyentes creyeron sin ver y su fe tuvo gran mérito. Para adquirirlo le tendieron, no una mano para tocarlo, sino sólo un corazón amoroso.

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