San Vicente de Paúl (1581-1660)
sacerdote, fundador de comunidades religiosas
Conversaciones; consejos a A. Durand, 1656
Nunca te obsesiones con parecer superior o tener el control. No comparto la opinión de alguien que me decía hace unos días que, para mantener firme la propia autoridad, hay que dejar ver la propia superioridad. ¡Dios mío! ¡Nuestro Señor Jesucristo nunca habló así! Tanto con la palabra como con el ejemplo nos enseñó todo lo contrario, diciéndonos que él mismo no había venido para ser servido sino para servir y que el que quiera ser el primero entre vosotros debe hacerse esclavo de todos (Mc 10, 44-45).
Por eso, entrégate a Dios para que puedas hablar con la humildad del espíritu de Jesucristo, confesando que tu enseñanza no es tuya ni viene de ti, sino que es del Evangelio. Sobre todo, imitad las palabras sencillas y las comparaciones que hace Nuestro Señor en la Sagrada Escritura cuando habla al pueblo. ¡Pobre de mí! ¡Qué cosas maravillosas no habría enseñado a la gente! ¡Qué secretos no habría revelado sobre la Divinidad y sus maravillosas perfecciones, aquel que era la Sabiduría eterna de su Padre!
Pero aún así ves cómo habla de manera inteligible y hace uso de comparaciones familiares de trabajador, viñador, campo, vid, semilla de mostaza. Así debes hablar si quieres hacerte entender por el pueblo a quien proclamas la palabra de Dios.
Otra cosa a la que debéis prestar especial atención es la de confiar mucho en el modo de actuar del Hijo de Dios. En otras palabras, cuando tengas que hacer algo debes preguntarte: “¿Se ajusta esto a los dichos del Hijo de Dios?” Si ves que así es, entonces di: “Hagámoslo cuando se presente la oportunidad”; pero si no, di: “no tengo nada que ver con eso”.
Además, cuando se trate de realizar una buena obra, decid al Hijo de Dios: “Señor, si estuvieras en mi lugar, ¿qué habrías hecho en este caso? ¿Cómo le habrías enseñado a esta gente? ¿Cómo habrías consolado a este enfermo en el cuerpo o en el alma?”.
Tratemos de hacer reinar en nosotros a Jesucristo.
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